martes, 6 de agosto de 2013

Adiós Santa Rita



Querido vecindario de Santa Rita,

Te dejo, sí, me voy, no aguanto más. Te dejo por desamor y por abuso. He tratado de tolerar los atropellos constantes y la falta de urbanidad, pero ya no puedo más, sobre todo porque no se trata sólo de mí sino de mi familia.

Santa Rita, siempre te quise. Me enamoré de ti en mis veinte, cuando viví un año en la Cabrera. Ahí estaba cerca del barullo pero era diferente. El paseo de Diego no estaba comatoso, Humberto Vidal no había explotado, la Plaza de Mercado era La Plaza del Mercado. Allí, en aquel apartamento compartido con dos estudiantes más, bailé, gocé, estudié y aprendí a quererte. Aquella vez me fui por falta de dinero, porque me estaba preparando para irme aún más lejos, pero en aquella ocasión me dolió partir.

Esta vez no es así. Ya no puedo aguantar más los clientes de los bares de tu Avenida Universidad que bajan desde la media noche hasta las seis de la mañana, de miércoles a domingo, gritando y rompiendo lo que se encuentran por al frente, despertándome a mí, a mis hijos, a mi esposo. Ya no puedo tolerar la macharranería e ineficiencia de tus agentes policíacos que cuando se les llama no pueden venir pero cuando no se les llama llegan y con palos y macanas. No puedo aguantar más tus pestes, los carros en el medio, la desconsideración de tus vecinos.

Y sí, todavía te quiero; te quiero por tus librerías, por la Chiwinha, por Beckett PACA, por los esfuerzos de cientos que tratan de evitar que te mueras todos los días. Te quiero por la UPR, por esa torre, que veo a través de los cables eléctricos y que cada vez la siento más sola. Pero con quererse no basta, hay que ser buenos uno para el otro. Ya no eres bueno para mí.

Traté; tú bien sabes que traté, pero no me quieres Santa Rita, no me quieres bien. No me quieres bien porque soy madre de familia, porque soy inquilina y no arrendadora, porque no soy una estudiante o un inmigrante de paso. La gota que colmó el vaso fue eso, que rechazaras quien soy, que no dieras espacio a gente como yo.

Las comunidades sin ancla mueren, los espacios con residentes que no tienen apego a su comunidad, que sólo transitan, se destruyen. Sin sentido de comunidad, como he dicho antes, no se puede construir nada. Luché contra el ruido, contra la contaminación, contra los policías corruptos e ineficientes, incluso. Pero contra los dueños de propiedades en Santa Rita no puedo, contra esos no.

Y a esos, a la mayoría de ellos, lo único que les importa es hacer dinero. Sólo quieren destruir tus casas cincuentonas, tipo Spanish Revival, y venderlas a desarrolladores o partirlas en apartamentos, building permits be damned. ¿Cómo puedo luchar contra una casera que me hace la vida imposible porque en el fondo quiere que me vaya para vender la propiedad o partirla en más pedazos para alquiler?

Yo traté: Encontré una casa en estado prácticamente original, me mudé cerca de dos de los residentes más antiguos de la calle. Me mudé a una casa con historia, con literatura. Pero el tiempo maldito que me llevó a Cambury y los recuerdos de Manuel Ramos Otero y abrió las puertas para la avaricia de la arrendadora. Y la arrendadora decidió destruir o vender; vender o destruir para hacer dinero.

Si tus mismos dueños no te cuidan y te venden al mejor postor, si te rompen y te alteran para explotarte por dinero, ¿qué puedo hacer yo, una pobre inquilina con una familia chiquita y pocos ingresos? Nada.
El día en que los residentes propietarios de Santa Rita decidan dejar de explotarte y entender que pierden más de lo que ganan destrozándote, podrás renacer. Mientras tanto, ahí seguirán tumbando tus árboles y destruyendo tu arquitectura.

Mientras, me mudé a Santurce. Sí, a ese mismo, a Santurce, mi primer amor.

Adiós,
Bea

miércoles, 26 de enero de 2011


El día que Plaza pasó a ser parte de la acera. (21 de noviembre del 2009, sábado)
Mi hermano mayor decía, antes de irse para siempre a vivir al viejo mundo, que Plaza la Américas era el gran templo de la religión puertorriqueña. Tanto es así que sólo se menciona por su primera palabra.

Pues, como no me gusta la religión organizada, casi ni la visito. Eso, la falta de poder adquisitivo, que no me deja participar del culto en propiedad, y el gusto por la ciudad sin paredes, fea, sucia y congestionada, me alejan del magno templo. Pero hoy fui, como es inevitable para esta época.

Supe de una supuesta exposición de reliquias budistas (hablando de templo) que supuestamente iba a exhibirse allí. Subí al local del MAP en el tercer piso y estaba cerrado todavía. Sí disfruté de una exposición de dibujos y collages de Martorell, que enmarcaban una exhibición de instrumentos de percusión puertorriqueños en escala gigantesca, que se encontraba en un local cercano del tercer piso. Estaba con mis hijos y por primera vez llevaba a mi retoño de cuatro años a ver una exposición en Plaza.

Ver Plaza a través de los ojos de mi hijo de cuatro años me hizo repensar su papel en la acera, en el espacio comunitario. Él se fijó en todas las esculturas y obras de arte que se encuentran rodeadas de tiendas en los pasillos. Eso me hizo pensar en cómo es un espacio "público" totalmente controlado.

La gente va a Plaza a pasear, a que las vean; todo el mundo lo sabe. Ese es un espacio predilecto pues se puede jugar a primer mundo allí, a un mundo organizado, bonito y limpio donde todo funciona como debe.
La compartamentalización de los gustos en esta última versión del templo hace la convivencia más fácil. Yo, por ejemplo, las veces que voy me quedo en mi área, entre Borders y los cines. Esta segregación por hábitos consumeristas funciona, aumenta ese sentido de estar en otro lado más agradable. La gente va a plaza a escapar; allí no hay deambulantes, no hay sucio y todos están bien vestido, bañaditos y perfumaditos. Ah, y los guardias son amables, serviciales y útiles.

Pues hoy eso se acabó. Hoy, entre medio de todos los dones y doñas acicalados y bien vestidos, con su ropa casual más chic, se dió una manifestación de los movimientos hostosianos y sindicales. De repente, allí en el primer piso, saliendo de la tienda de Apple en dirección a Borders, vi a un par de dones que se juntaron y desplegaron un cruzacalles. Otro sacó un megáfono, más sacaron cartelones de protesta y, de repente, había por lo menos una decena repartiendo panfletos. Y pegaron a cantar consignas y a criticar al gobierno y a los ricos y ¡al consumerismo! ¡En Plaza!

Dijeron que la crisis la pagaran los ricos, en Plaza, que Fortuño estaba vendiendo el país, en Plaza. Y dice en el periódico que fueron por lo menos cien. Yo me fui antes  de que se terminaran de organizar(iba de salida, el chico ya no aguantaba más). No vi cien, pero vi varias decenas. Cuando iba hacia la salida, los vi aglutinarse frente al mostrador de información. Juro que subieron la música navideña en el área a propósito.

Y ahí fue, ahí se perdió la ilusión, hoy fue cuando Plaza pasó a ser parte de la acera, de una acera cualquiera de la ciudad de San Juan.