Querido vecindario de Santa Rita,
Te dejo, sí, me voy, no aguanto más. Te dejo por desamor y por abuso. He tratado de tolerar los atropellos constantes y la falta de urbanidad, pero ya no puedo más, sobre todo porque no se trata sólo de mí sino de mi familia.
Santa Rita, siempre te quise. Me enamoré de ti en mis veinte, cuando viví un año en la Cabrera. Ahí estaba cerca del barullo pero era diferente. El paseo de Diego no estaba comatoso, Humberto Vidal no había explotado, la Plaza de Mercado era La Plaza del Mercado. Allí, en aquel apartamento compartido con dos estudiantes más, bailé, gocé, estudié y aprendí a quererte. Aquella vez me fui por falta de dinero, porque me estaba preparando para irme aún más lejos, pero en aquella ocasión me dolió partir.
Esta vez no es así. Ya no puedo aguantar más los clientes de los bares de tu Avenida Universidad que bajan desde la media noche hasta las seis de la mañana, de miércoles a domingo, gritando y rompiendo lo que se encuentran por al frente, despertándome a mí, a mis hijos, a mi esposo. Ya no puedo tolerar la macharranería e ineficiencia de tus agentes policíacos que cuando se les llama no pueden venir pero cuando no se les llama llegan y con palos y macanas. No puedo aguantar más tus pestes, los carros en el medio, la desconsideración de tus vecinos.
Traté; tú bien sabes que traté, pero no me quieres Santa Rita, no me quieres bien. No me quieres bien porque soy madre de familia, porque soy inquilina y no arrendadora, porque no soy una estudiante o un inmigrante de paso. La gota que colmó el vaso fue eso, que rechazaras quien soy, que no dieras espacio a gente como yo.
Las comunidades sin ancla mueren, los espacios con residentes que no tienen apego a su comunidad, que sólo transitan, se destruyen. Sin sentido de comunidad, como he dicho antes, no se puede construir nada. Luché contra el ruido, contra la contaminación, contra los policías corruptos e ineficientes, incluso. Pero contra los dueños de propiedades en Santa Rita no puedo, contra esos no.
Y a esos, a la mayoría de ellos, lo único que les importa es hacer dinero. Sólo quieren destruir tus casas cincuentonas, tipo Spanish Revival, y venderlas a desarrolladores o partirlas en apartamentos, building permits be damned. ¿Cómo puedo luchar contra una casera que me hace la vida imposible porque en el fondo quiere que me vaya para vender la propiedad o partirla en más pedazos para alquiler?
Yo traté: Encontré una casa en estado prácticamente original, me mudé cerca de dos de los residentes más antiguos de la calle. Me mudé a una casa con historia, con literatura. Pero el tiempo maldito que me llevó a Cambury y los recuerdos de Manuel Ramos Otero y abrió las puertas para la avaricia de la arrendadora. Y la arrendadora decidió destruir o vender; vender o destruir para hacer dinero.
Si tus mismos dueños no te cuidan y te venden al mejor postor, si te rompen y te alteran para explotarte por dinero, ¿qué puedo hacer yo, una pobre inquilina con una familia chiquita y pocos ingresos? Nada.
El día en que los residentes propietarios de Santa Rita decidan dejar de explotarte y entender que pierden más de lo que ganan destrozándote, podrás renacer. Mientras tanto, ahí seguirán tumbando tus árboles y destruyendo tu arquitectura.
Mientras, me mudé a Santurce. Sí, a ese mismo, a Santurce, mi primer amor.
Adiós,
Bea